El tanatorio


tumba, el final
El Dios de la lluvia lloraba sobre el tanatorio. Mariana pensó que sería por ella misma, por la irreparable pérdida que suponía su muerte.

No podía creer que todavía no hubiera nadie. ¿Sus deudos no se habrían enterado todavía? Sin duda comenzarían a llegar en breve.

A metro y medio de su ataúd vigilaba su último espectáculo, su cuerpo insepulto; flotando e incapaz de abandonar definitivamente lo que había sido todo para ella. Dejar sus posesiones le dolió sobremanera, pero esto ya era demasiado. Estaba convencida de que El Señor sabría recompensarle de tantas pérdidas.

Fueron llegando. Aquella vitrina que exponía sus restos mortales era como un gran confesionario. Se acercó su hija a ver su cadáver y le asomó una lágrima que le enterneció.
De repente descubrió que en su nueva situación, aunque no podía hablar, sí podía percibir los pensamientos de sus confesantes, como los de su hija Dolores:

-La vida es terrible, 30 años cuidándote…, toda tu vida has estado haciendo tu santa voluntad, nunca te has preguntado si yo era feliz o no ¿Te has preguntado por qué no he tenido pareja? Solo te has preocupado de mandar y tenernos a todos bailándote el agua para que no te faltase de nada. Hice de todo para que no te sintieras sola desde que el pobre papá se fue. Ahora sé que se dejó morir por librarse de ti, y es que a él tampoco le dejaste respirar. Nunca has hecho nada por ti misma, siempre nos has puesto a tu servicio y como a servicio nos has tratado.
>> ¡Claro! Te preguntarás que por qué he estado a tu lado. Pues porque soy una imbécil que siempre tuvo la esperanza de escuchar de ti una palabra afectuosa, un reconocimiento, un poco de cariño… Pero ahí estas, tiesa como la mojama sin haber querido a los que te queríamos. Papá y yo hemos perdido la vida a tu lado queriendo hacerte feliz, y si tu felicidad consistía en jodernos, ¡joder, qué feliz tienes que haber sido! 
>> El más listo ha sido José, ese hermano mío que con la excusa del trabajo de director de hotel en Pernambuco desapareció, y con venir unos días al año ya lo tenía todo hecho. Para ti era el hijo pródigo, al que había que tratar bien, pero a los que te aguantábamos todos los días, ¡leña al mono!
>> Aquí estoy como una jilipollas llorando ante tu cadáver, que quien me vea pensará que es de pena, pero yo no sé si lloro por la pena que me da haber perdido mi vida en la misión imposible de hacerte feliz, o si lloro de alegría porque al fin libre de ti tal vez pueda empezar a vivir.

-¡Cabrona! Te aprovechas de que no te puedo contestar, pero eso tú a mí no me lo dices si estuviera viva, que te ibas a enterar.
>> ¡¿Y este quién es?! ¿Pero sí parece…?

-¡Cómo hemos cambiado! Sí, yo también estaré hecho un carcamal. Si pudieras verme no sé si te acordarías… Me he enterado por un vecino… vosotros os mudasteis pero yo he seguido allí, en aquel ático al que subías con cualquier pretexto en cuanto metías a los niños en el colegio.
>> Tu pobre marido, tan pluriempleado, tan cabrón, me daba un poco de pena. ¿Te acuerdas cuando subiste por primera vez? – A por un poco de sal vengo para este salero que llevo encima – “Que si que cuadro tan bonito, que si haber si me pintas, que si quiero ser modelo…” 
>> Aquello no podía acabar de otra forma. No te he podido olvidar nunca. Jamás he vuelto a tener sexo como el que tuvimos entonces. Serían los 25 años, pero qué imaginación, qué entrega, qué vocación, a veces lo recuerdo como una película porno, como si no me hubiera pasado a mí. Lo malo fue que me enamoré y tú no estabas dispuesta a cambiar nada de tu vida. Preferiste la mudanza y me rompiste el corazón. Tardé en comprender que para ti no era más que un polvo fácil a media mañana con el pintor del ático ¡Ah, si yo hubiera sido más bohemio! Te hubiera olvidado, pero tu recuerdo no me dejó ser feliz. Como decís las mujeres: “como un pañuelo usado” así me sentí, pero ahora ya lo ves, “too pá ná”.

-Nunca me imaginé que te ibas a encoñar tanto. No entendiste que con un marido que llegaba a las tantas, reventado de trabajar y que se quedaba frito en cuanto se ponía el pijama, lo mío era pura necesidad, que estaba una en la edad y tú te lo tomaste a mal. Algunos no sabéis aceptar lo que se os da y siempre queréis más, pero tienes razón, al final “too pá ná”.
>> ¡Anda, quién viene por ahí! Todas esas beatas que fingían ser mis amigas. ¡Vaya caretos! Miedo es lo que tenéis de ser las siguientes. Tembláis de ignorancia y no lo haríais si supierais que os estoy viendo. Decís que tenéis fe, pero es mentira. 
>> Bueno, os tengo que dejar que es como si me estuvieran aspirando por los pies, que me voy como el humo, no sé adónde ni por dónde, que es que… 

No hay comentarios:

Publicar un comentario